#77 Más rápido, más… dinero (02.05.24)
El 12 de octubre de 2019, el atleta keniano Eliud Kipchoge fue el primer ser humano en correr una maratón (42.2 km) en menos de dos horas. 1:59:40 pare ser precisos. El récord anterior superaba este tiempo en alrededor de dos minutos. Tal hazaña ocurrió en un evento organizado a propósito en Viena, que procuró una confluencia de condiciones óptimas que incluían entre otras: temperatura y humedad ambientales ideales, altitud apenas sobre el nivel del mar, alimentación e hidratación cuidadosamente planificada y 7 pacers que corrían en formación para proteger a Kipchoege del viento.
Al final de la carrera todo aquello se pasó por alto, y los ojos de medio mundo se posaron en los aparatosos zapatos que calzaba el corredor: una versión personalizada del modelo Vaporfly 4% manufacturados por la compañía de implementos deportivos Nike, que, afirmaban sus fabricantes, gracias a una combinación de espuma super blanda y una placa de carbono, podía incrementar la eficiencia biomecánica en 4%. Más o menos el aumento que necesitó Kipchoege para bajar las dos horas. Investigación empírica ha validado esto, y más convincente todavía, desde entonces los récords de las maratones oficiales han ido bajando rápida y consistentemente por corredores que usaban zapatos con tecnología similar.
Algo parecido ocurrió hace algunos años con los trajes de baño utilizados por los nadadores profesionales. En los juegos olímpicos del 2008 en Beijing, 19 de cada 20 ganadores lucieron trajes de cuerpo entero hechos de una combinación de poliuretano y goma, y paneles ubicados en zonas estratégicas que aumentaban la flotabilidad y minimizaban la resistencia del agua, lo que reducía la fatiga del atleta y sobre todo, aumentaba su velocidad. Entre el 2008 y enero del 2010, se batieron 200 marcas mundiales de natación. Solo entonces, la Federación Internacional de Natación proscribió los “super trajes”, aunque dejó los récords sin tocar. Varios de los cuales son aún vigentes.
Esta intervención de la ciencia y tecnología en el deporte ocurre por doquier con mayor o menor relevancia en los vestidos, zapatos, guantes, cascos, raquetas o bates de un sinnúmero de disciplinas. En el montañismo se ve en casi toda actividad relacionada, y ni qué decir del ciclismo o el automovilismo.
Los puristas cuestionan la situación por ser esencialmente injusta, argumentando que quienes portan tales artilugios cuentan con una ventaja indebida. Y seguramente tienen razón, pero parcialmente, casi minúsculamente. En el mundo se celebran más o menos 800 maratones oficiales por año, 1.1. millones de personas las completan y el tiempo medio que necesitan para hacerlo es de 4 horas y 29 minutos. Lo que significa que los corredores de élite ya están descansando cuando abrumadora mayoría de corredores esté literalmente a medio camino. Pero ¡ah paradoja!, tanto los profesionales como los aficionados -una buena parte de ellos, al menos- lucirán no sólo zapatos de carbono, sino gafas, relojes, y demás parafernalia para “optimizar” su desempeño.
Los deportistas extraordinarios ya lo son de por sí, y la utilización de aditamentos tecnológicos si bien les sirve para aumentar su rendimiento, las mejoras que alcanzan, aunque significativas profesionalmente, son mínimas en proporción a sus talentos extraordinarios. Admirar sus logros y marcas, creo, se parece cada vez más a ver a astronautas haciendo caminatas espaciales. De ahí que los empeños en emularles de corredores de 10 km la hora, futbolistas de fin de semana o ciclistas de verano adquiriendo equipo de alto rendimiento me parece que es un logro extraordinario… pero de la mercadotecnia.
En estos tiempos de hedonismo y dispendio, es de admirar las estrategias de las compañías para amodorrar nuestro sentido común y persuadirnos para darles dinero.
¿Un dato? Nike facturó 22 billones de dólares en el 2023 y crece al 3-4% por año consistentemente desde hace 15. Este monto equivale al presupuesto anual de la NASA.