#74 Atajos para entender: Demora (21.03.24)
Dejando de lado los circunloquios con los que la física, la historia o el arte lo han rodeado, es convención que el tiempo es una dimensión que mide la ocurrencia de eventos sucesivos. El pasado y el futuro son sus formas conocidas, y el presente, que es difícil de definir, es lo que queda cuando se excluyen los dos primeros. Así, cada latido, cada acción y la vida entera de cada persona discurre en una continua línea temporal, lo mismo que los eventos sociales e históricos, y los ciclos naturales y cósmicos. Es tan omnipresente el tiempo, que rara vez lo perdemos de vista y nos rodeamos de artilugios que nos lo recuerdan segundo a segundo.
Por eso es tan llamativo que, siendo tan conscientes del transcurrir del tiempo, seamos tan negligentes en cuanto a la demora.
La demora ocurre en la física, por ejemplo, al transmitirse el sonido o la luz como ondas a través de medios gaseosos, líquidos o incluso sólidos, “rompiendo" la resistencia que estos le ofrecen; en química, cuando las sustancias se convierten en otras, al dejar, atraer y emparejar electrones en sus moléculas; y en biología, donde impulsos eléctricos activan procesos bioquímicos que a su vez determinan cambios fisiológicos. Por eso la música que oímos, el sabor que paladeamos o el dolor que sentimos, en apariencia instantáneos, no lo son. Todos requieren de tiempo para producirse.
Igual, para aprender carpintería, adaptarnos a un clima diferente, o hacernos responsables, confiables y puntuales, todos necesitamos de tiempo para que la exposición y perseverancia nos permitan lograrlo. Y lo mismo ocurre con las comunidades y sociedades. Para aceptar una norma social, reconocer una nueva ley o admitir una nueva institucionalidad, se necesita confrontar resquemores y sortear intrincados esquemas preexistentes. Todo lo cual requiere de tiempo.
Ya se trate de procesos físicos y bioquímicos, sesgos cognitivos y culturales, o procedimientos sociales y políticos, la trasmisión de información, el eventual cambio y su aprehensión, están inexorablemente acompañadas por demoras proporcionales a su escala y complejidad. Y esto pasa porque estos fenómenos involucran varios componentes que mantienen entre sí diversas y laberínticas conexiones, que deben ser franqueadas para que el fenómeno tenga lugar. Por ello, estos fenómenos se llaman sistemas complejos.
Algunos se estarán preguntando: ¿no es esto Perogrullo? ¿es necesario que alguien describa lo obvio? ¿que las cosas son complicadas y toman tiempo? Y la respuesta es definitivamente sí. La demora es una de aquellas cosas que todo el mundo conoce, algunos admiten, y definitivamente pocos tienen en cuenta, lo que trae consecuencias nefastas.
Veamos. Sabemos que casi todas las políticas de bienestar público: salud, educación o medio ambiente son sensibles al largo plazo, lo que significa que las medidas deben concebirse temprano y sostenerse en el tiempo. Pero, en buena parte de los estados democráticos (nuestro continente es un buen ejemplo de ello), los programas de gobierno duran lo que un periodo electoral -de cuatro a seis años-... Y a nivel individual los ejemplos sobran: es sabido que para adquirir un hábito nuevo este debe repetirse sucesivamente una media de 66 veces, lo que incluye, por ejemplo, comer saludable o hacer ejercicio, que si hiciéramos consecuentemente, resolvería una buena parte de nuestros problemas de salud. En ambos casos, se arguye como razones para abandonar lo iniciado: su condición de inapropiado, la ineficiencia, falta de resultados, etc. es decir, una frontal negligencia en cuanto a la demora.
Para terminar, un memento: al comer, la sensación de saciedad ocurre con una demora de entre 10 y 30 minutos. Piénseselo.